La caída de 'El Chapo'
EDITORIAL
LA
CAPTURA DEL JEFE DEL CARTEL de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, ha sido motivo de
celebración en el mundo. Y no sin razón. La influencia de este cartel en el comercio
de drogas, armas y personas en el continente europeo lo convirtió desde 2013 en
máximo objetivo de la Oficina Europea de Policía.
A su
vez, la Interpol persigue al cartel por coordinar el tráfico de cocaína entre
Europa y Estados Unidos y el tráfico de drogas sintéticas entre estos mercados
y Asia. También coordina el tráfico de armas entre Europa del Este y América
Latina. Operadores suyos han sido capturados en Egipto y en otros países del
norte de África. Su influencia en el comercio de cocaína en Australia le valió
el título de “el imperio que nunca ve la noche” y su control sobre el tráfico
de drogas en varias ciudades estadounidenses dio lugar al operativo coordinado
con las autoridades mexicanas que acabó con la captura de su líder el pasado
sábado en un hotel de Mazatlán.
La caída
de El Chapo es simbólica en varios sentidos. Primero, en que se trata de la
captura de la cabeza más visible del gran imperio de la ilegalidad y, por lo
mismo, del hombre más buscado del mundo tras la muerte de Bin Laden. El Chapo
desplazó como ícono no sólo a narcotraficantes como Escobar sino a personajes
de la clandestinidad como Al Capone. Su detención representa un voto de
confianza en el orden mundial y, sobre todo, en el gobierno mexicano.
Durante
el gobierno de Vicente Fox, no sólo escapó Guzmán de la prisión de máxima
seguridad de Jalisco, sino que la Policía Federal tuvo la oportunidad de
capturarlo en al menos tres ocasiones y no lo hizo por trabas internas en el
interior del PAN, el partido del presidente. En la administración de Calderón
su captura fue igualmente impedida por filtraciones a la prensa por parte de la
burocracia oficial. Así, el gobierno de Peña Nieto tiene la oportunidad de
mostrar no sólo un gran logro en la lucha contra la ilegalidad, sino fortaleza
dentro de su partido o, al menos, algo de unidad.
La
captura de El Chapo es simbólica, también, porque no ha sido la única. Hace
unos días las autoridades capturaron a Jesús Peña, más conocido como El 20,
quien era el jefe de sicarios del cartel de Sinaloa. Además, las operaciones
conjuntas entre las fuerzas mexicanas y la DEA sugieren que se busca a los
otros jefes del cartel: Ismael El Mayo Zambada y José Esparragoza, más conocido
como El Azul. Vale la pena resaltar que El Chapo no fue entregado por sus
colegas, como fue el caso de Amado Carillo, alias El Señor de los Cielos,
antiguo jefe del cartel de Juárez, sino capturado tras labores de inteligencia,
como lo fue el año pasado Miguel Ángel Treviño Morales, conocido como Z 40,
antiguo líder de los Zetas.
El
gobierno federal, tras la intervención de las autodefensas, inició en los
últimos meses una dura ofensiva contra los Caballeros Templarios en Michoacán.
El conjunto de estas acciones representa, si bien no una victoria contra los
carteles, sí duros golpes a su organización.
Sin
embargo, la captura de El Chapo es también simbólica en tanto que está lejos de
significar la disolución del cartel de Sinaloa. Viéndose obligado desde hace
años a cambiar cada 15 días de ubicación, la capacidad efectiva de manejo de su
organización se encuentra muy en entredicho. De la misma manera que lo está la
reducción de la violencia por razón de su arresto. Es más, su caída, si bien no
va a generar desórdenes internos al cartel, sí constituye un debilitamiento de
la organización en relación con los Zetas, sus principales competidores.
Cualquier disminución en la fuerza del cartel de Sinaloa es una ganancia para
los Zetas, el cartel más violento y sanguinario de México. De forma que, a
menos que las autoridades tengan un plan para atacar a los Zetas con la misma
fuerza que lo están haciendo con los sinaloenses, el éxito de las capturas
puede opacarse con el baño de sangre que desatarán.