El debate sobre las drogas

 

No se discute: las drogas traen problemas a los seres humano

 

Están los primarios, que son aquellos que se derivan del uso y del abuso de las mismas: un infarto de miocardio que ataque a un cocainómano empedernido, una cirrosis que acabe con la vida de un bebedor. Y están los secundarios, que surgen como consecuencia de las políticas antidrogas -no de las drogas mismas-, y que no son de poca monta: la propagación del Sida por la contaminación de las jeringas reusadas, las mafias y su violencia indiscriminada contra la población civil, la guerra, en fin.

 

Las políticas antidrogas, que se aplican diario al nivel nacional (y vaya si Colombia, incluso nosotros, este diario víctima de la violencia del narcotráfico, sabemos de esto), se diseñó bajo un modelo, una filosofía de inspiración internacional: prohibir la producción y la comercialización de estupefacientes con el fin de que no se consuman. Desde la convención Única de Estupefacientes de 1961, y sobre todo, desde la declaración de la guerra total en contra de ellas por parte del presidente Richard Nixon diez años después, un estado total de penalidades y de cárceles ha rondado el tema.

 

Se ha hecho de todo en Colombia: fumigaciones, extradiciones, asesinatos, guerras declaradas contra carteles del narcotráfico, delitos promulgados, leyes expedidas, reformas constitucionales cuestionables, persecuciones abyectas, incautaciones públicas. De todo. ¿El resultado de esta abnegada y fatigosa lucha? Muy inocuo. Así se rasguen las vestiduras quienes defienden la guerra contra las drogas (basados en argumentos unas veces moralistas y otras veces de lucha contra la guerrilla), se sabe, a nivel mundial, que no está funcionando como debería. El mercado sigue, los consumidores se abastecen, los vendedores se lucran y el negocio continúa. A cada paso cerrado por una vía legal se le construye un puente ilegal por el que el mercado sigue su marcha. Acabando todo a su paso.

 

Es impresionante revisar las tasas de encarcelamiento en las cárceles de Estados Unidos o América Latina que existen por delitos como vender y comprar drogas. Es aterrador, por decir lo menos, los niveles de salud de algunos consumidores, ocasionados por los daños secundarios: la calidad insuficiente de las drogas que, por la prohibición, son distribuidas por delincuentes.

 

¿Qué hacer ante eso? Una política de tanta envergadura y que represente este fracaso debe, de alguna forma, reevaluarse. No somos partidarios de situarnos en un extremo de la disyuntiva que se nos asemeja a una caricatura: o prohibición o legalización y mercado libre. Creemos, como lo ha expresado ya varias veces Rodrigo Uprimny en las páginas de este diario, que se trata de un falso dilema. Otras formas existen para combatir los problemas de las drogas. La regulación que tolere (pero al mismo tiempo desestimule) el consumo de drogas, despenalizando su uso y creando rutas legales para su distribución (atendiendo a conceptos de “drogas duras” y conociendo mejor el tema en procura de la salud de los ciudadanos), es una correcta mirada hacia el futuro.

 

Este fin de semana se celebra la VI Cumbre de las Américas en la ciudad de Cartagena. Hoy se dará la clausura de un evento que reúne a los mandatarios del hemisferio. Uno de ellos, Barack Obama, es el primer mandatario de ese país que declaró la guerra y la mantiene en firme hace cuatro décadas. Sabemos que la prohibición del uso de drogas no se acabará una vez finalizada la Cumbre. Pero el hecho de que se pueda hablar del tema, discutir a un nivel presidencial, y que sea Colombia (un experto en la materia) el que lo haya propuesto es, pues, un avance. El tema no puede quedar en el aire después de esto. Ojalá las propuestas futuras, y alternativas, no se hagan esperar.