Recambio en la relación con Estados Unidos

 

Por: Álvaro Forero Tascón

 

SE LE HA DADO TODA LA ATENCIÓN al cambio en las relaciones con Venezuela, sin reconocer la importancia que tiene la otra mitad de la estrategia de la nueva política exterior: la reformulación de las relaciones con Estados Unidos.

 

No se trata de un quiebre profundo pues es evidente el interés del gobierno Santos de mantener las buenas relaciones con los Estados Unidos. Pero es un cambio cualitativo, que podría resumirse como el agotamiento de la fase de lucha antidrogas que marcó las relaciones entre los dos países desde los años noventa. Un periodo de 20 años en que se profundizó la influencia de Estados Unidos en los asuntos internos de Colombia, seguido de otro periodo también de veinte años de relajamiento de esa incidencia, que a su vez sucedió a dos décadas de relaciones muy estrechas iniciadas en la Guerra Fría, como sostienen Rodrigo Pardo y Juan Gabriel Tokatlian en un capítulo de Colombia 1910-2010, un libro editado por María Teresa Calderón e Isabela Restrepo.

 

Cada uno de esos periodos tuvo hitos: en el primero, la asociación de Alberto Lleras y John F. Kennedy en la Alianza para el Progreso, y la fusión de la lucha anticomunista internacional con la interna en la administración de Guillermo León Valencia. En el segundo periodo, los ímpetus independientes de López Michelsen en el apoyo a Panamá para la recuperación del Canal y de Belisario Betancur con la pertenencia al Grupo de Contadora. Y en el tercero, la cumbre de Cartagena en que se definió la estrategia de corresponsabilidad antidrogas, la presión abierta en contra del gobierno de Ernesto Samper, la confección en Washington del Plan Colombia que definió la política colombiana de los últimos doce años, y la alineación de Álvaro Uribe de la política interna y externa con la concepción antiterrorista de George W. Bush.

 

Lo que el presidente Santos denominó como hablar de a con Estados Unidos no es exceso de confianza en mismo, sino la lectura de que se ha producido un cambio de las condiciones que determinaron la fase narcótica de la relación bilateral: la reducción paulatina de la ayuda económica norteamericana, la falta de éxito de la estrategia de guerra contra las drogas, el mejoramiento de las condiciones de seguridad colombianas, y la reducción del poder hegemónico norteamericano.

 

Santos y la canciller Holguín deben tener claro que no tiene sentido seguir insistiendo en la “relación especial”, que fue una consecuencia de la debilidad del país durante Andrés Pastrana y una necesidad de legitimación de Álvaro Uribe, pero es un anacronismo en un mundo desalineado en que los propios Estados Unidos están buscando estructurar un sistema internacional más horizontal con el fin de disimular la erosión de su poder. Desnarcotizar las relaciones para desvalorizar el instrumento con que Estados Unidos ejerció su profunda influencia sobre Colombia en los últimos veinte años es un requisito, junto con el mejoramiento de las relaciones con los países de la región, para impulsar la que se está perfilando como la estrategia principal de la política exterior: ejercer el liderazgo en el ámbito latinoamericano que dejará libre el presidente Lula da Silva y que ningún otro mandatario de la región parece estar en condiciones de ejercer.

 

    *Álvaro Forero Tascón