El lenguaje y la diplomacia en Oriente Medio
Los
conceptos y el lenguaje en
el mundo árabe son diametralmente opuestos y distintos en algunos casos a lo conocido en Occidente. Es imperioso y necesario abordar esta cuestión responsablemente
por parte de la comunidad internacional para no continuar fracasando con los sucesivos procesos de paz en la región.
George
Chaya
Actualizado 12 junio
2013
En
el caso palestino-israelí,
los elementos idiosincrásicos,
lingüísticos y culturales que separan a las
partes suelen presentar mayor dificultad que la propia complejidad
de las negociaciones que se llevan a cabo por años.
Sin perjuicio de que el lenguaje de las negociaciones sea el inglés, cada parte en el proceso piensa en su lengua
materna y, consciente o inconscientemente, negocia a través de su propia
parcialidad cultural.
Los
EEUU y aun los israelíes tienen poca -por no decir
ni cercana- idea de lo que pasa por
las mentes de los palestinos y del resto del mundo árabe. El concepto y uso del lenguaje en el mundo árabe es diametralmente
distinto, y hasta opuesto al de Occidente. Como ejemplo de este fenómeno, bien vale citar el uso del término “alto el fuego”, un concepto central y de vital importancia
en la búsqueda de una pacificación regional que parece siempre lejana según los hechos y los años que lleva el conflicto
y sus numerosas crisis. Cada parte involucrada usa tal palabra,
pero para cada uno adquiere
un significado y connotaciones
culturales diferentes.
En
inglés, como se entiende en los EEUU, el término “alto el fuego” significa el cese total por una parte de cualquier actividad que una segunda
parte pueda interpretar como agresiva. En hebreo, el término es traducido como
hafsakat esh. Para los israelíes el “alto el fuego” significa que los palestinos deben detener todos los atentados contra ellos, pero si Israel tiene conocimiento de un ataque terrorista inminente puede y debe actuar para
evitarlo.
En
árabe, el término utilizado para el alto el fuego y la tregua es hudna y significa
el cese temporal de las hostilidades contra el enemigo hasta que puedan
vencerlo en el futuro. Estas diferencias son suficientes para mandar a pique cualquier acuerdo que sea firmado. En la idiosincrasia árabe hay tres tipos de pactos de paz: a) Hudna, b) Atwah y c) Sulha.
Todas estas palabras tienen sus orígenes en la Ley Tribal del mundo árabe. La hudna es un principio fundamental. Un concepto
legal aplicado a las tribus. Es algo temporal y utilizada como vehículo para lograr
el siguiente paso, la atwah, que configura
un compromiso intemporal o
de más largo plazo. Y el acuerdo final de paz o sulha nunca será
alcanzado hasta que los pasos anteriores
hayan sido logrados. Este y no otro es el proceso completo
en la cosmovisión del mundo
árabe.
La
hudna más famosa tuvo lugar
en el año 628 d.C., cuando el profeta Mohamad firmó la paz con los ancianos de Medina en
la ciudad de Huday Biyyah.
El acuerdo al que se arribó duraba 9 años, 9 meses y 9 días. Dos años más tarde Mohamad
violó el pacto y atacó destruyendo y venciendo a los líderes tribales.
Los
eventos de Huday Biyyah son interpretados como dos lecciones importantes por los yihadistas radicalizados. En
primer lugar, ellos sostienen que se puede firmar un acuerdo con el enemigo cuando se transite un periodo de debilidad dentro de sus fuerzas
operativas y militares, siempre que ese
acuerdo sea en su propio interés. La segunda lección es que, después
de haberse revitalizado y fortalecido, pueden romper el acuerdo. Esta interpretación
de los grupos islamistas se
asemeja a la versión del Caballo de Troya, donde el gesto -o el regalo- pueden convertirse en catalizadores de
la derrota del enemigo.
En
la historia árabe -incluyendo a los árabes que viven en Israel- los acuerdos y el armisticio de 1949 firmados en Rodas entre Israel y sus vecinos árabes
son considerados un período
de hudna. Occidente interpreta ese acuerdo como un armisticio y los israelíes como hafsakat aish.
Un
hecho interesante que abona el análisis
es lo sucedido en septiembre de 1993, cuando los líderes Bill Clinton, Yasser Arafat y Yitzhak Rabin firmaron en la Casa Blanca los acuerdos
que darían lugar a lo que se conoció luego como
el Tratado de Oslo. Esto fue presentado como un paso importante
hacia la paz. Pero un mes más
tarde, en su discurso en idioma árabe en Ciudad del Cabo, Yasser
Arafat denominó al Tratado
de Oslo como el pacto de Huday Biyyah. En sus propias declaraciones
se comprendía la importancia
de los dichos de Arafat y que
esto no era más que una hudna,
un acuerdo hecho para ser roto en el momento adecuado que en modo alguno
traería la paz a palestinos e israelíes.
Así, infortunadamente,
la historia muestra muchos acuerdos que no han valido
la tinta con la que han sido firmados.
Estos antecedentes negativos indican que la dirigencia Occidental debe conocer profundamente
aspectos culturales del mundo árabe, pero
por sobre todo, siempre que
desee genuinamente tener éxito en negociaciones de paz en aquella región del mundo, lo lingüístico será fundamental.
Si
la historia ha enseñado algo es que
el alto el fuego debe ser
mucho más que una palabra para
lograr sinceramente la paz. Pero sobre
todo, cuanto afecta lo engañoso y fraudulento de enfoques lingüísticos tribales en la consecución honorable que se dice
perseguir para alcanzarla.