La muerte de Bin Laden
09/05/2011
Víctor Corcoba Herrero
- Escritor
El terrorismo
no puede tener cabida en un mundo
civilizado. La misma ONU siempre ha condenado enérgicamente, como no podía
ser de otra manera, en los términos más
recios las hazañas terroristas en todas sus manifestaciones,
sin importar sus motivos. Por eso,
a mi juicio, tan importante
es combatir como prevenir
y velar por el respeto de los derechos humanos
que los sembradores
del terror no tienen en cuenta.
Por otra parte, la actitud humana tampoco es la de alegrarse por la muerte de nadie, ni
la de vengar muerte alguna, sino más
bien la de reflexionar sobre el valor de la vida. ¿Por qué se ha llegado
a ese odio
tan cruel de no respetarnos como
especie y matarnos ciegamente unos a otros? Si hay algo
que me ha ilustrado vivir, es que
la compasión siempre es más penetrante
que el rencor, que la clemencia es preferible a la justicia misma, y que si uno
va por el mundo con la mano tendida, uno también
hace amigos. Considero que la amistad vale más que un
tesoro. Pensando, pues, en ese
mundo de afectos que todos necesitamos,
creo que tras la muerte del líder de la red terrorista de Al
Qaeda, Bin Laden, debemos extraer
todos una gran lección. La religiosidad de los pueblos me parece fundamental para huir de la ceguera del pánico. Es hora
que las religiones
fomenten el encuentro entre los pueblos, el diálogo entre culturas,
y propicien una sana y saludable
meditación entre las gentes. Cualquier
creencia de fe
verdadera es pacifista y pacificadora, no es un pretexto para los conflictos,
repele el choque entre las civilizaciones,
porque es un signo de esperanza que conlleva la bondad, el respeto, la armonía. Por tanto,
el hecho de que las religiones y la paz van juntas, debe contribuir a tomar una mayor conciencia de su responsabilidad. Sin duda, los líderes religiosos
tienen el deber de hacer todo lo posible
por instar a descubrir y aceptar todo lo que sea bueno en los demás.
Soy de los que
piensa que todos tenemos algo
de bueno, incluso el más malvado de los hombres.
Ciertamente, hoy el mundo
teme represalias por la muerte de Bin Laden, cuando lo que debiera
producirnos a todos, es un deseo
de perdón y no de venganza,
de amor a la vida, que conllevaría, entre otras cosas,
dejar de fabricar armas. No hay muerte justa como
tampoco hay guerra justa. Las personas construimos demasiados abecedarios inhumanos y no suficientes abecedarios con alma. Es sabido que a lo largo de la Historia se han
manipulado credos y religiones,
lo que hace más necesario suscitar
debates y estimular entre confesiones diversas el entendimiento. También es evidente que
los sembradores del terror intentan modificar nuestro comportamiento, injertarnos miedo en el cuerpo y división en la sociedad, lo que también hace
más preciso promover los derechos
de los demás, que uno reclama
para sí. En cualquier caso, todos tenemos el derecho a existir
y a crear mundos humanos. Las religiones
tienen el privilegio de las masas, la llave
para derribar los muros que
nos separan. Comiencen ya con el amor que predican.
Comencemos.
A nadie le conviene
que el amor no exista.