Obama ante el juicio de las urnas
Dos años
después de su histórica victoria, Obama ha generado desencanto a sus compatriotas por su intervencionismo
POCO tiene en común el Barack Obama que se enfrenta hoy a las urnas con el que lo hizo el 4 de noviembre de 2008, logrando una victoria electoral de proporciones históricas. No hay
un solo sondeo que haya logrado, hasta
ayer, amortiguar el deterioro de la imagen del presidente, del que sus compañeros de filas han huido
durante esta campaña como de una plaga bíblica.
Frente a esta
evidencia, se ve con frecuencia en los medios de comunicación españoles el fácil recurso a la descalificación de los movimientos
políticos que han logrado galvanizar
la campaña electoral. Destacadamente
al «Tea Party», habitualmente caracterizado
como un movimiento de ultraderecha. ¡Qué fácil es la argumentación
con etiquetas! Suponiendo que fuese cierto
que el gran galvanizador electoral anti- Obama haya
sido un movimiento de ultraderecha, habría que preguntarse qué se ha hecho mal en los últimos dos años para que ese
movimiento haya surgido de la nada. Por qué tres meses
después de que Obama presentara su primer presupuesto empezaron a surgir como setas
convocatorias a «tea parties» por
toda la Unión, denunciando
el incremento del gasto público en un 8,4 por ciento y la predisposición del Gobierno
federal a dar subsidios a grandes empresas. Es decir, un movimiento libertario —según la terminología anglosajona, liberal
para nosotros— que en nada amenaza los sólidos fundamentos de la gran república norteamericana.
Es cierto
que el movimiento del «Tea
Party» —que el Partido Republicano ha logrado cautivar a pesar de que ello haya
costado el puesto a muchos republicanos de línea oficialista— ha resultado una plataforma
idónea para muchos demagogos y radicales que tienen
larga vida en la política norteamericana. Mas en nada hay que confundir su
papel con el fondo de la cuestión que está
en juego. Y esa es que, dos años
después de su histórica victoria, Obama ha generado desencanto a sus compatriotas por su intervencionismo,
por su empeño
en gobernar contra la voluntad
manifiesta de los norteamericanos
—como demostró con la imposición de su reforma sanitaria— y por su falta de voluntad
para atender los mensajes contrarios a su política que
el electorado le ha transmitido
hasta ahora.