Córdoba
house
De todos los solares de todas las ciudades de América, la Zona Cero es
acaso el más inoportuno para una mezquita
IGNACIO
CAMACHO
Día
16/08/2010
DE todos los cafés de todas las ciudades del mundo, se quejaba Rick
Blaine-Bogart en «Casablanca», Ilsa-Ingrid Bergman había tenido que aparecer
precisamente en el suyo para resucitar un viejo dolor enterrado. Algo así ha
tenido que decir Barack (Hussein) Obama para rectificar su notable patinazo al
defender el derecho de los musulmanes a construir una mezquita en la Zona Cero
del 11-S: de todos los solares de todas las ciudades de todos los Estados
Unidos, ése es probablemente el más inoportuno porque revive heridas mal
cerradas en la conciencia de un pueblo atacado. Presa de un ataque de
zapaterismo—síndrome que se manifiesta en decirle a todo el mundo lo que quiere
oír—, el presidente americano sucumbió a la tentación de granjearse las
simpatías islámicas durante una cena conmemorativa del Ramadán, pero la
reacción irritada de sus compatriotas le ha forzado a recular ante una lógica
corriente adversa de opinión pública. Al final ha dejado las cosas, acaso un
poco tarde, en su justo término: el derecho a levantar mezquitas no se discute
en una sociedad abierta, pero quizás en ese sitio no se trate de una buena
idea.
Al fondo de toda esta polémica, que nos resulta familiar en un país también
golpeado por el fundamentalismo islámico, no late tanto el problema de la
tolerancia como el de la reciprocidad. El Estado liberal consagra la libertad
de culto y la hace efectiva sin mayores problemas, como prueba la celebración
masiva del Ramadán en Europa y América, pero esa pacífica coexistencia no debe
enturbiarse con gestos interpretables como provocación innecesaria. La alianza
de civilizaciones funciona de hecho en la realidad cotidiana —en España los
trabajadores musulmanes gozan incluso del derecho a adaptar su jornada a la
práctica del ayuno— sin trabas significativas al ejercicio de la oración ni de
la prédica. Se trata de una cuestión asumida con naturalidad en el seno de las
sociedades democráticas, que sin embargo no cuenta con un tratamiento recíproco
en la mayoría de las naciones islámicas, donde no suelen concederse permisos
para erigir iglesias cristianas ni para conmemorar la Navidad o la Semana
Santa. Es esa falta de correlato lo que causa recelos y da lugar a sentimientos
de agravio.
El debate de Nueva York no por eso un asunto de libertades sino de sensibilidad.
Esa Córdoba House —vaya por Dios, el mito andalusí— que algún imán quiere
edificar en el lugar donde más duele la tragedia no va a cicatrizar heridas,
sino a reabrirlas. Y aunque queda claro que el Islam no es responsable de lo
que allí ocurrió, también lo está que el impacto ambiental de una iniciativa
así no acerca voluntades sino que las separa. La tolerancia es recíproca o no
es tolerancia; el error de Obama sugiere que en caso de susceptibilidad al
menos es menester atenerse al sentido común de la coexistencia.