Un flaco favor de EEUU a la lucha por la democracia
Meridiano Fernando Molina
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04/07/2013
La
desesperación por evitar que el exconsultor
de la NSA Edward Snowden encuentre
asilo en Bolivia aparentemente
llevó a varios países europeos a negar que el avión
del presidente Evo Morales,
que regresaba de Rusia, donde estaba
Snowden, repostara combustible en sus
aeropuertos, dando pábulo a la visión del mundo que inspira
la política de Morales: todo
lo malo que pasa en el mundo es el resultado de una conspiración imperialista.
Gracias
a Austria y España, que finalmente permitieron que el avión presidencial
recargara, Morales se salvó
para acusar a los Estados Unidos de “secuestrarlo” y de “intentar matarlo”. Todo para acallar a Snowden, la estrella ascendente del antinorteamericanismo, quien tuvo el valor de probar que lo que Washington hace para mantener
su control sobre el mundo no es un ejemplo de comportamiento democrático y, en todo caso, no es lo que predica.
No,
los Estados Unidos no hacen lo que predican,
ni cuando espían a sus enemigos
(e incluso a sus aliados), ni cuando
actúan como una suerte de “matón diplomático” para atrapar al muchacho que los mostró ante el mundo en paños menores. Esta tontería que
se hizo con Morales, que tiene todas las
trazas de ser una “inspirada” demostración de fuerza gringa, es comparable con el bramido de
un elefante macho herido.
De
lo que no es lógico concluir, claro está, que
por tanto Estados Unidos dejó de ser una democracia (el hecho de que las revelaciones
de Snowden hayan sido admitidas de inmediato por el Gobierno lo muestra elocuentemente). Tampoco significa que hace lo que
hace por razones malévolas y totalitarias, con el único afán de incrementar su “poder imperial”. La verdad es más
sencilla. Desde el sistema Prism (el programa de espionaje revelado por Snowden) hasta la persecución a las malas de este exagente,
pasando por la inaceptable prisión de
Guantánamo, son reacciones causadas
por el miedo, por la incertidumbre que padecen los estadounidenses. Sentimientos comprensibles, pero también peligrosos, que llevan a las
naciones a sacrificar la libertad en las aras de la seguridad. Son rebrotes de autoritarismo en un medio ambiente democrático.
El
espíritu de grupo, de defensa del grupo, reaparece como un atavismo y pone entre paréntesis
el avance civilizatorio logrado en siglos. Se debilita por un momento el concepto moderno de la libertad, es decir, de la libertad basada en valores que se desconocían en la antigüedad, como la privacidad y la sinceridad de los gobernantes. Se
abdica de la “libertad negativa”, es decir,
de la prohibición de que el
Estado intervenga en la vida
de las personas y de que
les mienta, para reforzar la “libertad positiva” del Estado para definir lo que es bueno para
todos: el sistema Prism se sustenta enteramente en esta visión de la libertad.
El
miedo al bolchevismo condujo a Europa al nazismo. El terror a terrorismo (victoria anticipada de éste) está relativizando
las convicciones democráticas, en mi opinión sinceras, de los estadounidenses.
Ahora bien, este símil no debe
llevarnos a engaños: en democracia, el desbalance entre libertad positiva y negativa puede corregirse sin derramamiento de sangre. Pese a los últimos acontecimientos, el Gobierno de Obama ha hecho un esfuerzo en esta dirección.
Ahora bien, ¿quién convencerá de ello a los políticos latinoamericanos que usan a Estados Unidos como chivo
expiatorio y que denuncian la libertad negativa (el control del poder) como una “ilusión
liberal”, ya que en los hechos lo único que habría son poderes en lucha, más o menos fuertes,
y entonces de lo que se trataría es de incrementar el poder de los “buenos” (de los que piensan igual)? Pues nadie.
Este
episodio ha cargado de municiones a todos los escépticos de la democracia y de
la posibilidad de construir
una comunidad internacional regida por reglas. Es un flaco favor a quienes luchan contra el autoritarismo en
América Latina.
Y
es, más allá
del susto que debió haber pasado
Morales, un gran espaldarazo
a su política: no sólo le permite aparecer en la primera línea de la lucha antiimperialista mundial, sino que corrobora
sus convicciones más profundas. Si andamos mal es por culpa del imperio. Para estar mejor, entonces,
hay que fortalecer los Estados nacionalistas de modo que puedan
enfrentar en mejores condiciones a este poderoso y criminal poder externo. Un mal día para los liberales bolivianos.
Fernando
Molina es periodista y escritor.